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PRELUDIO
CARLOS FIGUEROA
2016

El momento cumbre de todo artista es cuando este se sienta, se acuesta, se levanta, da vueltas en círculo, va de un lado a otro, cierra los ojos, se pone frente a un computador, a un libro, suspira, o simplemente – como Figueroa – se asoma a la ventana para, como él dice: “Ver pasar lo que piensa”; a veces por minutos, horas, días, o hasta que eso que piensa lo pueda ver en el interior de su arte, de su pintura, de su taller. Preludio significa para Figueroa lo que significó originalmente a los músicos: una improvisación de los instrumentos para comprobar la afinación previo al espectáculo.

El territorio desde el que Figueroa genera su trabajo se puede decir, anulando todo tipo de poética geográfica, que es su taller, ubicado en un lugar donde hay que saber contar para ubicarse (la 43 y callejón Parra) al suburbio de Guayaquil. Hago énfasis en el lugar ya que este para Figueroa se encuentra poblado de su propia connotación identitaria, sobre aquello que quiere decir; reclamar, cuestionar, aclamar, criticar o simplemente pintar.

Preludio nos sitúa ante bocetos y pinturas de desigual acabamiento: si en unas se luce el pintor arrebatado y al parecer conformista con la línea y el color, en otras obra el minucioso y paciente distribuidor de colores y formas. Este segmento comprende llamativas recreaciones del paisaje urbano que circunda los recuerdos del artista (la escuela donde estudió, la iglesia donde fue bautizado, el equipo de fútbol donde jugó, etc.) pero también trabajos de trazos más austeros, donde prima la modestia del soporte y los materiales. Ahí la agilidad del bolígrafo, el lápiz o la acuarela llegan a instancias donde el grueso de la pintura no puede penetrar

Rene Ponce